domingo, 5 de julio de 2009

A quien corresponda.

Un curso más ha pasado el expectante junio, son ya veintiún años en los que, como les sucede a otros tantos profesores, no me acostumbro al desasosiego que provoca la tremenda responsabilidad de evaluar a cada alumno, unido a la minuciosa y apremiante tarea de la corrección de exámenes; pretendemos adecuar los suspensos y los sobresalientes al esfuerzo realizado, a los conocimientos acumulados y , sobre todo, a las ganas de aprender.
Sin embargo , cada vez cuesta más que estas generaciones logse entiendan el valor del esfuerzo diario, único camino para aprender matemáticas, y, cuando llegan al bachillerato alumnos con vacíos en su formación básica que van de la expresión escrita más elemental pasando por una caligrafía irreconocible, sin mencionar la operatividad básica, y por supuesto, sin ninguna noción sobre la autonomía en su trabajo, la autocomprobación de errores, la expresión de ideas matemáticas o los pasos a seguir para desarrrollar un ejercicio del cual no comprenden ni el enunciado, cuando la resolución de problemas les queda a años luz y cuando se les ha permitido elegir la opción de bachillerato tecnológico a alumnos que no han superado las matemáticas de la secundaria y, cuando estos alumnos -niños mimados del sistema-han manifestado una inmadurez impropia de esta edad en el desarrollo de su día a día en este curso, no respetando normas de convivencia ni acatando la autoridad de un profesorado, carentes de toda responsabilidad, y lo que es más grave el no reconocimiento de sus hechos, es a estos mismos alumnos a los que se les permite participar en un organo democrático que exige responsabilidad y madurez como es el consejo escolar; entre sus competencias está la de conocer la resolución de conflictos disciplinarios y velar porque se atengan a la normativa vigente. Sin embargo, en lugar de eso, en un acto excelso de irreflexión, se permiten opinar sobre la metodología de los profesores y la idoneidad de la temporalización del temario.
Sin embargo,no es a estos alumnos vagos, con suspensos y poco interesados en su formación a los que hay que pedirles opinión sino al resto de la comunidad educativa, desde la administracción a la dirección de los centros y al resto del claustro; ellos sí tienen que reconocer la díficil labor del profesor en cada clase, día a día, pues si entre nosotros mismos no nos valoramos, cómo queremos pretender que la sociedad- especialmente padres de alumnos- nos reconozca ese papel que perdimos y que es imprescindible para enseñar: el papel del Maestro con mayúscula.
Por fortuna ya van llegando este tipo de alumnos a la Universidad y los profesores de la misma se están haciendo eco y manifestandose en la prensa, esperemos que ahora sí se crea, respete y entienda la tremenda labor que el profesor viene realizando.
Somos educadores y eso conlleva el formar personas, no solo transmitir conocimientos matemáticos, para eso, ya está internet y tanto material como tienen acceso nuestros adolescentes, exceso de fotocopias, libros, ...
Pero lo más importante , la mirada de atención, y respeto que siempre hemos tenido cuando nos dirigimos a una clase, eso, queda relegado a un reducido grupo de cuatro o cinco alumnos, suficiente para que cada clase sea única y especial y esta profesión sea la mejor que se pueda tener.

2 comentarios:

  1. Preciosa entrada. No podría estar más de acuerdo, y eso que yo sólo he vivido, de momento, un JUNIO como profesor.

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  2. Gracias, llevo unos 23- número primo no muy apreciado- años dando clases y cada curso es distinto; esta entrada en concreto era mi respuesta a unas intervenciones en el Consejo Escolar de fin de curso, un tanto inoportunas, de unos alumnos que habían dado problemas durante todo el curso.

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